El origen de este trabajo está profundamente vinculado con el simbolismo tradicional de los Cinco Cuerpos Sólidos Regulares. Fra Luca Pacioli los describe en su tratado "De divina proportione", ilustrado por su amigo y discípulo Leonardo da Vinci. A la manera neoplatónica, Fra Luca demuestra matematicamente que el Dodecaedro corresponde a la Quintaesencia, en tanto que los otros cuatro cuerpos regulares --Tetraedro, Hexaedro o Cubo, Octaedro e Icosaedro-- corresponden respectivamente a los cuatro elementos --Fuego, Tierra, Aire y Agua-- que conforman la Naturaleza.



Por otro lado la geometría simbólica, común a tan diversas tradiciones, entiende en todas ellas que el Círculo y la Esfera simbolizan el Cielo, en tanto que el Cuadrado y el Cubo simbolizan la Tierra, como manifestaciones de la permanente y complementaria dualidad.



Partiendo entonces de la doble relación simbólica que existe entre la Tierra y el Cubo --tanto en la dualidad Cielo-Tierra como en la cuaternariedad de los elementos--, se pensó en suponer y encontrar un cubo situado en el interior del planeta. Un cubo cuyos ocho vértices debían emerger a la superficie de la Tierra por puntos situados precisamente en el elemento tierra o, dicho de otro modo, en tierra firme.

Para el desarrollo de esta búsqueda, se improvisó un sencillo y eficaz instrumento: el AMQ o Buscador del Alma del Mundo. Consiste este modesto ingenio en un globo terráqueo situado en el interior de un soporte, en el que están señalados los ocho puntos correspondientes a los angulos triédricos del posible cubo inscrito en dicha esfera. Al no contar con un eje definido de rotación, la libertad de movimientos de dicha esfera en el interior del soporte, permite ponderar las infinitas combinaciones posicionales que los ocho vértices del cubo podrían ocupar en la superficie del globo terráqueo.



Al principio se intentó hacer coincidir algunos triedros con lugares elegidos por motivos legendarios, estéticos o históricos. Pronto se comprobó que la inmensidad de los océanos --7/10 partes del área total del planeta-- hacía "completamente vana dicha pretensión". No quedaba, por tanto, otro camino que obedecer a la natural distribución que de mares, islas y continentes presenta la superficie de la Tierra.

Trás una exhaustiva investigación se comprobó, no sin cierta perplejidad, que tan solo existía una combinación posible en todo el planeta, mediante la cual podían aflorar en tierra firme los ocho vértices del cubo. (Los resultados de esta investigación llevada a cabo con el AMQ, fueron posteriormente corroborados por el estudio geométrico de D. David Fernández-Ordóñez, ingeniero de Caminos).

En dicha combinación, han tenido una importancia esencial las islas de Cocos (Océano Indico) y Maíz (Atlántico), antípodas entre sí y extremos de la primera diagonal del cubo. Girando el globo terráqueo sobre ese eje, encontramos los otros seis vértices que resultaron estar situados en las siguientes áreas: Baykal (Asia) y su antípoda Tierra de Fuego (América). Desierto de Kalahari (Africa) y sus antípodas islas de Hawai'i (Océano Pacífico). Y, finalmente, Santiago de Compostela (Europa) y su antípoda Nueva Zelanda (Oceanía). Es decir, un vértice en cada uno de los tres O- céanos y cinco Continentes, que conforman la superficie de la Tierra.

Durante la realización de estas primeras pesquisas --y cuando apenas intuíamos la importancia que la forma piramidal iba a tener en el proyecto--, una afortunada lectura de Cornford nos sugirió el título de la escultura: "Platón toma la Pirámide y el Cubo como las figuras de sus elementos extremos, el Fuego y la Tierra. A partir de ellos, da dos progresiones geométricas (1,2,4,8 y 1,3,9,27), que considera constituyen las bases de la Armonía del Alma del Mundo.



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